lunes, 18 de abril de 2011

LO FATAL; Rubén Dario.




Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura porque esta ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror...

¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos,

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos

y no saber a dónde vamos,

ni de dónde venimos!...

CASTIGO DEL ORGULLO; Charles Baudelaire.





En tiempos fabulosos, cuando la Teología

florecía con más savia y con más esplendor,

se cuenta que, una vez, un doctor eminente,

-tras haber convertido los tibios corazones

luego de removerlos en sus negros abismos;

después que hubo franqueado hacia celestes glorias

caminos salvajes por el mismo ignorados,

y, tal vez, sólo hallados por puros Espíritus-

como un ser que ascendiese demasiado, gritaba

con terror, poseido de satánico orgullo:

"Jesús ¡Oh Jesús mio!¡Bien alto te enzalcé,

mas si, por contra hubiera decidido atacarte,

tanto como tu gloria contaría tu vergüenza,

y serías ahora un feto de irrisoria apariencia!"



Inmediatamente se eclipsó su razón

y se cubrió de luto aquel brillo solar;

todo un caos gobernó inteligencia tanta,

un día templo viviente de orden y de opulencia,

bajo cuyos plafones tamaña luz ardió.

El silencio y la noche se instalaron en él

como en una caverna cuya llave se pierde.



Tras ello, se trocó semejante a las bestias

y cuando caminaba sin ver nada, a través

de los campos, mezclando estíos con inviernos,

sucio, inútil y feo como una cosa usada,

despertaba en los niños las burlas y las risas.