lunes, 9 de agosto de 2010

LA HILANDERA; Andrés Eloy Blanco.







Dijo el hombre a la Hilandera



a la puerta de su casa:



-Hilandera estoy cansado,



dejé la piel en las zarzas,



tengo sangradas las manos,



tengo sangradas las plantas,



en cada piedra caliente



dejé un retazo del alma,



tengo hambre, tengo fiebre,



tengo sed...la vida es mala...



Y contesto la Hilanadera.



-Pasa.






Dijo el hombre a la hilandera



en el patio de su casa:



Hilandera, estoy cansado,



tengo sed , la vida es mala;



ya no me queda una senda



donde no encuentre una zarza.



Hila una venda, Hilandera.



hila una venda tan larga



que no te quede más larga



ponme la venda en la cara,



cubreme tanto los ojos,



que ya no pueda ver nada,



que no se vea en la noche



ni un rayo de mi vida mala.



Y contestó la Hilandera:



-Hilaba.






Hilo tanto la hilandera



que las manos le sangraban



y se pintaba de sangre



la larga venda que hilaba.



Ya no le quedó más lino



y la venda roja y blanca



puso en los ojos del hombre,



que ya no pudo ver nada...



-¿Dónde te fuíste, Hilandera,



que ni siquiera me hablas?



¿Qué hacías en estos días,



qué hacías y dónde estabas?



Y contestó la Hilandera.



-Hilaba.






Y un día vio la Hilandera



que el hombre ciego lloraba



ya estaba la espesa venda



atravesada de lágrimas,



una gota cristalina



de cada ojo manaba.



Y el hombre dijo:



Hilandera,



¡te estoy mirando a la cara!



¡Qué bien se ve todo el mundo



por el cristal de las lágrimas!



Los caminos están frescos,



los campos verdes de agua;



hay un iris en las cosas,



que me la llena de gracia.



La vida es buena Hilandera



la vida no tiene zarzas;



¡quítame la larga venda



que me pusiste en la cara!



Y ella le quitó la venda



Y la Hilandera lloraba



y se estuvieron mirando



por el cristal de las lágrimas



y el amor, entre sus ojos,



hilaba...



TU OMBLIGO, CAPITAL DEL MUNDO; Gonzalo Arango




Salí de tu casa
la mañana cautiva en alguna parte
más allá del mar

se negaba a venir.


Dichoso por los cuatro costados


me senté a tomar café


en la taberna de los asesinos.


Me ofrecieron un ron


un balazo


y una mujer.


Me negué.


Pensaron que yo era el Rey Mortal


de un hampa peligrosa


y me regalaron con la vida.


(Es el mayor don que un asesino


puede hacer a otro).


Al fin,


alguien sospecho que yo era


un poeta de la muerte


y me echaron a patadas.


-En el reino del Hampa


nadie se burla de la muerte


me dijeron.


En el hotel me desearon


buenos días


y la mirada del portero me requisó


los secretos de la noche.


Subí al ascensor.


Comtemple en la terraza


las últimas estrellas


las palmeras


la ciudad inocente


asaltada por ladrones


y  grillos en fuga.


Una paz inhumana viaja en las calles


y los primeros buses


hacia la guerra del día.


Al fin pienso en tu cuerpo


abandonado hace poco


cansado por el triunfo del amor.


Ya no estoy


y sin embargo estoy en tu nostalgia


en el dolor de mis dientes en tu carne


marcada por mi apetito.


Te abrazas en tus senos


como el remordimiento


y en tu cuerpo ultrajado me quedo


como quien pierde el último tren


que parte a la estación del frío


y al barrio de los hospitales.


Varado junto a tu puerta


te pido entrar


para volver al paraíso de tu sexo


donde habitan todas las estaciones


y el olvido de la muerte.


Son las 5 a.m. en el coche del lechero.


Dormir eternamente anclado


en la bahía de tu ombligo:


orilla honda de la memoria


donde te olvido


y me olvido


¡para recordar la gloria del presente!