Bienvenida, vieja amiga, te creí ausente y aquí estabas escondida,
confundida conmigo;
bienvenida, ahora que te veo, bienvenida a tu más propia casa,
el latido de mi sangre,
a ti te acojo en el tiempo largo del poema, en el suave sueño,
en el hormigueo de mi mano izquierda,
báñate conmigo, una ducha caliente que golpee la espalda,
-ah, desnudos sí que tu y yo somos uno sólo-,
préstame una de tus camisas blancas de algodón,
ven, tomemos café, sin azúcar, así lo bebo solamente contigo,
amiga, ladilla, sombra,
y fumemos viendo el cambio de color de la montaña, fúndete
conmigo para que pueda mirar cómo amanece,
ven cántame una canción, aguántame la risa de gozarte hasta
el tuétano, generosa mía,
llévame así, apacible, a este o a aquel libro, deja que te lea
en voz alta y dime si te aburres,
vuélvete música, almohada; convierte, maga, tu sustancia
en humo, en el umbral de las visiones,
liba conmigo la euforia santa del silencio,
alucina, muchacha de mi vida, y encuentra tu cuento mientras yo,
torpe, tomo tu dictado:
tacha siempre toda espera o esperanza,
que no se sienta el tiempo,
y danza conmigo la danza de la sombra en el ojo de la muerte
hasta caer, inseparablemente juntos, fulminados.
La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes.
ResponderEliminarA.S. ..